diumenge, 18 de novembre del 2012

ES POT ESBORRAR LA HISTÒRIA?


¿Se puede borrar la historia?
De los egipcios y los romanos a los nazis o los armenios. De cómo a episodios turbios de la historia -como los siete Tours de Armstrong- se les aplicó el Photoshop | De Gaulle dijo que el periodo nazi fue un "no-acontecimiento sin consecuencias" | Algunos países balcánicos y del Este eluden su etapa turca y ensalzan el medievo
Cultura | 18/11/2012 - 00:00h

Ignacio Orovio

El Tour de Francia no tuvo vencedor entre 1999 y el 2005. La Unión Ciclista Internacional (UCI) ha decidido que Lance Armstrong no existió. En lo alto de las clasificaciones de todos esos años quedará un vacío y, por debajo, una ristra de agraviados, segundos por ausencia y sin premio ni gloria: Zülle (tres veces), Ullrich, Beloki, Kloden y Basso. ¿Por qué hay que borrar la historia, como hace la UCI con el ciclista norteamericano? ¿Hay que eliminar a los villanos? ¿Borrarlos? ¿Son pedagógicos los episodios truculentos de la historia, o por eso mismo mejor correr sobre ellos un tupido Photoshop? Como el que Stalin aplicó sobre la famosa foto junto a Trotski, que "desapareció" de su lado. En un necesariamente rápido buceo aparecen pronto decenas de ejemplos de gobiernos, reyes, papas o sátrapas, de cómo el poder ocultó, manipuló, recortó o eliminó las incomodidades del relato. "En el caso de Lance Armstrong quedará un agujero, para que quede constancia de lo que hizo. El agujero es también una forma de querer recordar", sopesa Alberto Pellegrini, profesor asociado de historia contemporánea de la Universitat de Barcelona (UB). "No es bueno esconder nada. Los errores son precisamente elementos para aprender", apunta Daniel Cassany, profesor de Análisis del Discurso en la Universitat Pompeu Fabra (UPF), que acaba de publicar En_línea. Leer y escribir en la red (Anagrama). "Lo que quizás deba regularse es la facilidad de acceso a determinados datos", añade Cassany.

Jornada histórica. El catedrático de historia contemporánea de la UPF Enric Ucelay da Cal comienza matizando que "es una tendencia de los medios, en especial los no escritos, tomar como 'datos históricos' las estadísticas deportivas. '¡Es una jornada histórica!', suelen decir de una competición considerada memorable. En general, los historiadores tenidos por serios ignoran los 'datos históricos' deportivos por su trivialidad. ¿Quién recuerda a los ganadores de las fiestas helénicas de Olimpia, hace dos mil años?". Más allá del valor que se concede a los términos, los historiadores consultados coinciden en que la búsqueda de la verdad, en abstracto, es su combustible. "Lo cual no significa -matiza Pellegrini- que la historia vaya sufriendo alteraciones". Este experto coincide casi palabra por palabra con su colega de la Universitat Autónoma de Barcelona José Enrique Ruiz-Domènec cuando defiende que en un caso como el de Armstrong es positivo que se exhiba el error que todos los indicios apuntan que cometió. "Es bueno que se sepa que al tramposo lo pillaron", dice Ruiz.

Catarsis u olvido. "La idea de que hubo trampa es catártica", celebra Ruiz. "En el caso de Armstrong sería pedagógico mostrar y recordar lo que hizo y que detrás de la mancha negra, quien tenga curiosidad descubra lo sucedido. No consiste en tratar de que no miremos, al contrario, se trata de mostrarlo crudamente", desea Pellegrini. No siempre se impone el olvido. En ocasiones es deliberado. Regiones del este de Europa como Moldavia, el sur de Hungría, Bulgaria y los pueblos balcánicos obviaron deliberadamente el periodo en que estuvieron dominados por el imperio otomano, que en total y de forma asimétrica abarcó del siglo XVI al XX; de ahí el peso que la historia de la Edad Media tiene en estos lugares, donde han buscado sus raíces, obviando o minimizando el periodo intermedio. Ruiz contrapone a esta actitud la de Catalunya, donde los momentos de derrota (en especial, 1714) están radicalmente presentes. Y ahora más que nunca. "Somos en función de todo nuestro pasado", dice el historiador granadino enfatizando lo de "todo". En España, sólo muy recientemente se ha comenzado a desvelar en toda su crudeza la represión que hubo durante y tras la Guerra Civil. "El tiempo -argumenta Pellegrini- juega en muchas ocasiones a favor de rescatar la historia mutilada, y hay cosas que deja de tener sentido que se oculten, como muchos episodios de la guerra fría, aunque juega en contra la pérdida de documentación y testimonios". "Uno de los axiomas esenciales en el trabajo del historiador -abunda Francisco Gracia, profesor de Prehistoria en la UB- es que no existen las verdades absolutas. La historia de un periodo puede y debe ser constantemente revisada mediante la aportación de nueva información y la reevaluación de la ya conocida. La investigación en historia es un progreso continuo que sólo admite paradas como estadios para reevaluar el conocimiento".
El paradigma nazi. La convulsionada Alemania de los 50 y 60 vivió intensísimos debates entre el olvido o la exhibición ejemplarizante del nazismo. Se impuso la segunda postura. Este episodio histórico congrega todos los puntos cardinales: hay quien lo niega, hay quien aún persigue a los que fueron mandos y lograron escapar, hay quien trató de olvidar; ha generado legislación, adjetivos de uso cotidiano, el miedo a que resurja de algún modo persiste... El periodista de The New York Times Magazine David Rieff, conmocionado por su experiencia en la guerra de Bosnia, escribió un contundente libro, Contra la memoria (publicado en España por Debate en mayo) en el que recuerda que el régimen de Vichy fue considerado por el general Charles de Gaulle como un "no-acontecimiento sin consecuencias". En contraposición, en 1981 se emitió por TV la película de Marcel Ophüls Le Chagrin et la pitié, que impactó profundamente a la juventud francesa, que aún estudiaba que la Resistencia había sido la corriente principal en Francia durante los nazis. "El historiador procura, o debe procurar, que la perspectiva desde la que lee el ayer no traicione ni opaque la lógica propia del pasado y el sentido que los protagonistas quisieron dar a los  acontecimientos”, establece el catedrático de historia moderna de la UB Fernando Sánchez Marcos, que acaba de publicar Las huellas del futuro (editado por la universidad). Rieff explica que el historiador Pierre Vidal-Naquet habla de las “guerras de la memoria” de su país y de los historiadores revisionistas, que negaron el holocausto, en la línea argumental del propio Hitler: el 22 de agosto de 1939, el líder nazi afirmó con desdén que los alemanes “podían y en efecto exterminarían a los polacos ‘sin piedad y compasión’ y que además no tendría importancia, pues, ‘¿quien al fin y al cabo, habla hoy del aniquilamiento de los armenios?’”.
El primer holocausto. El de los armenios es otro episodio emblemático en la goma de la historia. Sucedió entre 1915 y 1917 y lo que para Turquía fue fruto de una guerra civil en Anatolia, en la que ahora llega a reconocer un máximo de entre 200.000 y 600.000 muertos (algún historiador turco habla de 10.000), para Armenia fue un precedente del holocausto, con tres millones de masacrados. Es un capítulo, en cualquier caso, silenciado durante décadas. Lo mismo ha sucedido con un episodio que narra Pellegrini como fue el del Escuadrón 731 del ejército japonés, que se dedicó a los ensayos médicos y “se sigue ocultando, básicamente por honor y porque muchos de ellos fueron posteriormente a trabajar a EE.UU. Nunca fueron juzgados y cualquier investigación quedó siempre vetada”. “Ocultar la historia forma parte de la historia misma. Es como cuando la TV se veía con nebulosa”, dice el investigador italiano. A veces, el cambio de régimen ha implicado la eliminación de todo vestigio, como cuando tras la caída de la colonia holandesa de Indonesia fueron retirados unos 300 retratos de los viejos gobernadores que había en el palacio presidencial, instante que guardó para la posteridad Henri Cartier-Bresson.
¿Hacia atrás hasta dónde? En 1990, Francia aprobó la ley Gayssot, que penaliza la negación pública del genocidio armenio, como se penaliza en tantos países la apología del nazismo. Dos años después, y en su misma estela, el Parlamento Europeo amplió el catálogo de negacionismos prohibidos: genocidios, guerras racistas, crímenes contra la humanidad o la trivialización de estos... Esta corriente ultra reactiva tuvo a su vez sus reacciones. El historiador Pierre Nora lamentó que la ley Gayssot se refiriera a crímenes con los que Francia “nada tuvo que ver”. La siguiente cuestión era obvia: ¿qué hacer entonces con episodios del pasado francés más alejado? Los albigenses, los cátaros, las cruzadas... ¿Hay que revisar todo el pasado?
‘Damnatio memoriae’. Porque la práctica de borrar a los Lance Armstrong es casi tan vieja como el poder. Tenemos noticia de cómo el faraón Tutmosis III decidió borrar las lápidas en las que se narraban los logros de su antecesora –y tía–, la reina Hatshepsut (que gobernó de 1490-1468 a.C.). En la época romana, el proceso de borrado tuvo nombre: damnatio memoriae o “condena de la memoria”. Consistió en cincelar de relieves y monumentos las conmemoraciones de aquellos dirigentes cuya gestión era repudiada por el Senado; en algunos casos hasta se prohibía citarlos. Alrededor de dos docenas de césares fueron liquidados así. No sólo césares: en la historia de la iglesia no consta la llamada Papisa Juana, una mujer que se cree que en el siglo IX llegó a la cima de la Iglesia, pero fue eliminada de los anales. Otro de los afectados por la damnatio fue Nerón, que sirve a Ruiz como ejemplo de lo que puede deparar todavía el ciclista destourizado. “Un personaje cruel como Nerón interesa mucho más que un emperador sensato y por eso estoy convencido de que Armstrong, de alguna manera, volverá: escribirá su biografía, con todas sus vicisitudes, y todo el mundo querrá saber por qué se dopó”. Porque la historia, como el periodismo, se nutre en gran parte de los hechos excepcionales, que son los malos: “Hice un programa de televisión –ríe Ruiz Domènec– sobre la peste negra y tuvo un éxito tremendo, mucho más que otro muy plácido sobre el camino de Santiago”.



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