diumenge, 20 de gener del 2013

ENRIC JULIANA A LA VANGUARDIA


La ventana francesa
La intervención en Malí es un manifiesto político de París ante Berlín, en plena desmoralización española


Una de las observaciones más agudas sobre la ubicación de España en el nuevo desorden mundial la escuché pronto hará un año en Sevilla. Se hablaba de la incierta deriva de España y del riesgo que Alemania y sus aliados en el Báltico decidiesen descolgarse del enflaquecido y endeudado sur de Europa, para estrechar relaciones con Rusia, enorme depósito de gas y petróleo, extraordinaria reserva mineral, inmenso granero y tierra que algún día recibirá inmigrantes puesto que la demografía es su punto débil. Una Eurasia de vastos horizontes y pocas deudas.

Un asistente al coloquio levantó la mano y expuso su punto de vista con esa ironía antigua que los andaluces parecen haber conservado del tiempo de los romanos -hay más Roma de lo que parece en Andalucía, no todo es Al-Andalus-. Dijo el señor: "Mire usted, yo creo que no nos van dejar solos. ¿Sabe usted lo que tenemos detrás nuestro? Piense en lo que hay más abajo de Cádiz, al otro lado de Gibraltar? Y en lo que hay todavía más abajo. Por la cuenta que les trae, no nos van a dejar solos".

Lo dijo con gracia y con un punto de seguridad. Con un tono que he captado varias veces en Andalucía, región que acoge dos bases militares de Estados Unidos (Rota y Morón de la Frontera), el último despliegue del sofisticado escudo antibalístico norteamericano (Rota), el cuartel general de la Fuerza Terrestre (con mando desde Sevilla sobre la mitad de las unidades del Ejército de Tierra), la brigada más grande de la Legión (Viator, Almería) y los principales centros de la industria militar española (General Dynamics-Santa Bárbara Sistemas, en Alcalá de Guadaira y Granada, Santana Motor, en Linares, astilleros de Navantia en Cádiz, Puerto Real y San Fernando, factorías de EADS-CASA en las provincias de Sevilla y Cádiz...) Mapas, mapas, mapas. La fuerza en Andalucía en el debate interno español reposa sobre la demografía y la geografía. Más de ocho millones de personas en tierra de frontera. En la frontera más difícil y más decisiva de Europa en el siglo XXI.

Francia acaba de dar la razón al señor de Sevilla. La intervención militar en Malí -"más abajo de lo que hay al otro lado de Gibraltar"- es un acontecimiento político de primera magnitud que desborda la labor de policía que París nunca ha dejado de ejercer en sus ex colonias africanas y que va más allá de la protección de las reservas de uranio en Níger, de gran importancia para su potente industria nuclear. Ante el riesgo de que Malí se convierta en el segundo país africano en manos del yihadismo (una parte de Somalia se halla desde hace años bajo su control), la República Francesa ha decidido actuar como policía de Occidente en una de las zonas más ásperas y duras del planeta. Tombuctú, sede de una de las primeras universidades del mundo (Sankore), centro de la propagación del islam en África desde el siglo XV, hoy en manos de los radicales, se halla a 2.200 kilómetros de las costas de Málaga y a 1.200 kilómetros de las islas Canarias. A unos 3.200 kilómetros de Barcelona. París está bastante más lejos.

La determinación del presidente François Hollande parece haber sorprendido a Estados Unidos y a buena parte de los países europeos -quizá menos a Gran Bretaña-, de manera que el principal riesgo de la aventura militar francesa en Malí sea la soledad y el lento desgaste. Una guerra larga y sin todos los apoyos necesarios, puesto que hay que combatir en tierra y ello significa un mayor número de bajas.

Francia tensa las cuerdas de la Unión y Hollande, ese presidente con rostro de pacífico comerciante de una novela francesa del siglo XIX, clava un manifiesto en la puerta de la cancillería de Berlín, alérgica a todo lo que huela a problemas en el Sur y ocupada militarmente en los desfiladeros de Afganistán. Arriesgándose a una lucha empantanada con las guerrillas islámicas, Francia se revaloriza como potencia militar, refuerza su influencia preponderante en el Magreb, relanza París como capital de la Europa mediterránea (objetivo que ya fue perseguido con ahínco por Nicolas Sarkozy) y coloca la estabilidad del flanco sur europeo en la agenda internacional, frente al interés alemán por el Este y las puertas de Moscú.

Mapas, mapas. Gran Bretaña -me voy de la Unión, no me voy- invirtiendo en referéndums que le dan prestigio democrático. Francia, reivindicándose como potencia militar frente al hegemonismo económico de Berlín. Alemania, rica, enrocada en el dogma de la austeridad y a la espera de elecciones. Italia, a punto de superar el fatídico ventenio berlusconiano con unos comicios (24 de febrero) que apuntan a una posible estabilidad centrista con apuntes de izquierda. España, sumida en una grave desmoralización colectiva como consecuencia de la crisis, el paro y el fuerte desgaste de la Segunda Restauración. No hay que ser un lince, ni siquiera tener la mirada de Alain Minc, para entender que la debilidad de España es observada con creciente preocupación desde la ventana francesa.


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